miércoles, 10 de febrero de 2010

1 minuto 1/2 con DAISAKU IKEDA x Karina K

Karina K hace entrega de su premio Ace a su maestro de vida Daisaku Ikeda .


Actuar. Vivir de la profesión que se ama. Sentir el reconocimiento del público. Alcanzar eso que se dice que es la fama. Cuenta Karina K que cuando aún firmaba con su apellido, esos sueños acompañaban sus días de clases de danza, de teatro. Tiempos en los que, desde la pantalla, Liza Minnelli alentaba su deseo de ser Sarah Bowles. "Vi Cabaret en el cine. Después, en teatro. Y sumé a mi lista de sueños el deseo de hacer ese rol", recuerda.

A sus fantásticas y monotemáticas sobremesas en familia con el arte como tema casi excluyente, la chica le sumó su fascinación por esa usina de arte en ebullición que era el under porteño. "Eran tiempos en los que curioseaba con fascinación a las Gambas al ajillo, el Club del Clown, a Batato. El Parakultural era el paradigma de la autogestión, el espacio para apostar a los impulsos creativos que uno tiene y quiere realizar", define. Sin embargo, su debut la plantó sobre un escenario alejado de las precariedades de aquel faro estético, y al lado de Susana Giménez y Ricardo Darín, en Sugar: "Para mí fue la entrada al mundo de los musicales".

La estadía duró poco. Un amor la subió a un avión hacia Barcelona, y fue empezar de cero. "No conocía el catalán, de modo que no tenía acceso a teatros oficiales. Pero la consecuencia de ese impedimento fue sumarme a la escena del café concert, o neo cabaret, como le llamaban ellos", explica. Un terreno casi virgen, que tras la recesión cultural de los tiempos del franquismo cobraba un enorme impulso.

La apuesta funcionó. Y la elección de ese camino alternativo la llevó a experiencias de lo más diversas. Desde trabajar en una disco hasta hacerlo en una plaza de toros abandonada, de participar en festivales de ayuda contra el sida, de apoyo a las Madres de Sarajevo a estudiar en la escuela de teatro de Barcelona e "ingresar en el estilo de Jacques Le Coq, o el teatro de la complicidad, el teatro físico". "Armé un espectáculo llamado Antidivas, trabajé con grupos alternativos como Las catalíticas. Cambié mi nombre. Finalmente, estaba haciendo allí el teatro que había conocido aquí, más que nada como espectadora, a finales de los '80", resume.

Sobraba trabajo. Y aunque en los diarios no hablaban de ella, no había decepción. Pese a que el sueño de protagonizar Cabaret no bajaba posiciones en su ránking, los de fama y marquesinas de neón ya habían pasado de moda para ella. Enseguida, la memoria la reubica en los tiempos del Parakultural, cuando de la mano de su amigo Tino Tinto comenzó a transitar el budismo. "Es una filosofía que creció en mi vida y pulió aspectos de mi corazón en relación a esos costados que tenemos los artistas, como el egocentrismo", se explaya, y agrega: "Así tomé conciencia de que lograr un sueño artístico era apenas parte de uno mucho más grande: el de ser enteramente feliz, más allá de las circunstancias".

Con la guía de Daisaku Ikeda, filósofo y presidente del movimiento budista laico Soka Gakkai, dice que reordenó sus prioridades. Y resalta la importancia de "haber tomado conciencia sobre el real potencial humano para la transformación personal y global". Y en ese camino, conocer a su "maestro de la vida" se convirtió en un objetivo.

Mientras, de nuevo en Buenos Aires, su recorrida por cuanta audición para musical hubiera no presagiaba buenos tiempos. "No es que me iba mal. Directamente era barrida", sintetiza cuando enumera sus intentos: Los Miserables, Nine, Bella y Bestia, Chicago. "Yo decía: No me ven. Pero era yo la que no me veía", reflexiona.

Karina cambió de rumbo. Se metió en el circuito del off. Tres obras en tres años, dirigida por Norman Briski. "Fue una escuela", admite. De paso, se sacó un pasaje a Japón, para asistir a unas disertaciones de su "maestro de la vida". Y sólo un minuto y medio del 6 de enero de 2007 fue suficiente para marcar para siempre su vida. Eso duró el encuentro personal que tuvo con Dasaiku Ikeda. Suficiente. "Había anhelado ese momento durante 15 años. Desde entonces, todo cobró un valor mucho más trascendental a la hora de tomar decisiones, de proyectar mi vida de acá a 30 años, o en lo inmediato. Y en el manejo de mis emociones también. En su mirada sentí una compasión que nunca había sentido. Me abrazó con su mirada, y yo recuerdo haber alcanzado a decirle: antes que artista, soy feliz."

Ah. Apenas llegó a Buenos Aires, le ofrecieron un papel en la nueva versión de un clásico de los musicales. Sí, pocos meses después Karina K era Sarah Bowles en la avenida Corrientes. «

Alumna del clown Yango Edwards, creadora del grupo musical Patricias Argentinas, integrante del grupo de improvisación Sucesos Argentinos, actuó en "Te quiero, sos perfecto, cambiá", "Víctor Victoria" y "Pepino el 88", entre otras. Ahora protagoniza "Souvenir" en el Regina, con Pablo Rotenberg.

Artículo extraído del diário CLARIN ( Febrero 2010 ).

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